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martes, 27 de octubre de 2015

Margaret

 Siempre adornó mi infancia las historias que me contaba mi madre  de los recuerdos felices que, a pesar de la cruda posguerra, conservaba de su niñez. La oca Teresa que, como su sombra, le seguía a todas partes con su esbelto cuello y su andar patoso. Una garza llamada Pepa que, picara ella, se dedicaba a esconder todos  los objetos brillantes y todas las pequeñas cosas que era capaz de transportar en su pico. Y como no su querido Jabato que era un perro con una fidelidad imposible de mesurar.
"Cuéntame alguna historia de cuando eras pequeña", le decía, y ella empezaba a hablar de algún personaje, animal o persona que, por alguna razón, había marcado su niñez. Recuerdo especialmente el día que me habló de Filomena. Filomena era una anciana enjuta y encorvada que se dedicaba a recolectar plantas de la montaña, con afán de transformar dichos vegetales en pócimas o ungüentos para calmar dolencias y/o curar a los habitantes del lugar. Sabia y erudita la "trementinaire" corría los alrededores en busca de romero, espliego, caléndula, tomillo... y todas aquellas hierbas de delicioso aroma con que la madre naturaleza nos agasaja. El talento y las curaciones inexplicables hicieron que la mujer se ganara una fama irrefutable de curandera entre todos los que la conocieron. Mi madre me decía que cuando subía montaña arriba iba tan rápida que parecía que los pies no le tocaban al suelo. Yo abría los ojos de par en par imaginándomela levitando subida en una escoba en búsqueda de aquellas hierbas milagrosas que ella, después de cocinarlas en su puchero, iba a transformar en un remedio eficaz.


Al ponerse el sol tras el horizonte, cuando la noche empieza a abrazar  todo lo que nos rodea  y las luciérnagas encienden su luz, subo a lo alto del árbol y la miro por la ventana. Puedo observarla durante horas trajinando en ese habitáculo vetusto lleno de potes, vasijas y cacharros.




En medio de aquel batiborrillo de cosas y hierbajos está ella, siempre con semblante serio rallando la tristeza. Callada, laboriosa, sin prisa...parece tener todo el tiempo del mundo. Se llama Margaret y habita en aquel lugar desde mucho antes de que yo llegara, solitaria... como yo.

 

Allá donde apenas llega el camino confundido entre los árboles y matorrales, en medio de aquel remanso de paz, donde las aves descansan de sus vuelos lejanos , se encuentra su casa....


.... entre hayas, castaños y abedules centenarios desnudos ahora por el invierno que se aproxima...



Por el aspecto de sus muros y su tejado enmohecido diríase que la casa de Margaret data de varias décadas atrás...


Apartada de cualquier muestra de civilización se haya en un lugar donde tan solo se desvía accidentalmente algún caminante, hallando en ella algún bálsamo para calmar sus doloridos pies, o algún o alguna joven que, haciendo atisbo de los rumores de la gente, se aventura a buscar remedio para sus males de amor.


Apenas han salido los primeros rayos de sol, la observo con mis grandes ojos y mi paciencia infinita. Yo, por mi condición de ave nocturna, debería irme a dormir, pero me gusta seguir sus pasos  y observar sus movimientos.  Ojalá pudiera hablarle, parece tan sola... Cada día lo mismo, a excepción que hoy no llueve y no necesitará coger su enorme paragüas.


Con su pequeño cesto en mano, empieza a caminar por el sendero en medio del canto de los pájaros que han despertado en la mañana. Sus trinos, debo reconocer, son maravillosos al lado de mi monótono ulular. Saltan de rama en rama, ligeros con sus plumas. siempre tan alegres.


Empieza a subir montaña arriba deprisa, tanto que parece que no le toquen los pies al suelo, ¿será que levita?. Sabe siempre donde dirigirse, en busca de pequeñas y olorosas plantas de las que, con un cuidado infinito, corta sus ramas...


e introduce en su cesto, como si de tesoros se trataran. Si que es cierto que la mayoría de ellas no son vistosas pero tienen un aroma embriagador.




Cuando regresa a su casa me encanta el aroma que sale de ella al abrir la puerta, una mezcla de leña,  pan recién hecho y, como no, esa amalgama de olor de sus hierbas.




Me pregunto si algún día alguien compartirá con ella su mesa. Quizás hubo un tiempo en que así fue pero yo no estaba entonces para mirarla a través de la ventana.


Estoy segura que sus guisos deben ser deliciosos. Enciende el fuego y poco a poco el aroma se va expandiendo por doquier..





Y en medio de aquel silencio que solo perturba el sonido de las aves, está ese ruidito día y noche y  noche y día, incansable sin parar, chispeante, cantarín,  burbujeante de la fuente, con ese caño limpio y fresco que viene del manantial.


Me gusta ver como cuida con esmero de sus animales y éstos a su vez le proporcionan todo el sustento que ella necesita para vivir...







Nadie sabe tanto de la tierra como ella....






Después de llevar tiempo observándola, lo sé.  Me doy cuenta de la comunión que tiene con la naturaleza   y aunque su semblante esta serio, en sus ojos veo paz y gratitud.


Al atardecer, como todos los días, cansada, se sienta junto al fuego al lado  de sus gatos. A su modo dialogan en aquel momento de tranquilidad, no hacen falta palabras solo el ronroneo de los felinos  haciendo honor al misterio que les envuelve con sus movimientos sutiles y sus ojos parpadeando lentamente



Y ya entrada la noche, observo a través de la ventana que coge un libro enorme y ajado donde anota una especie de fórmulas o combinaciones..." dos gotas de equinacea, tres de romero, 4 de aloe, diente de león, una ramita de enebro..."


Las estrellas ya brillan en el firmamento. La noche empieza a ser muy fría y Margaret, cansada, se retira  dormir. La observo desde el árbol desde mi momento nocturno.


Sube a su habitación.....


.... y yo de una volada me encaramo en su ventana, no quiero perderme este momento, después de todo el día....


..... Margaret, mirando los retratos que llenan las paredes de su habitación, sonríe por primera vez.
Los mira uno tras otro, remira y vuelve a mirar.... Me pregunto yo quiénes serán.


Y como en medio de un ritual se sienta en su escritorio y comienza a escribir. No lo veo muy bien, pero creo que esta vez no escribe combinaciones de hierbas, creo que pone.. "mis queridos Joseph y Caroline, hoy tengo que contaros que busqué tras el tronco de la vieja haya..." no quiero seguir leyendo, es algo privado entre ella y alguien más. Por segunda vez sonríe, y me parece ver que por su mejilla se desliza una lágrima...


Después de escribir en su diario se mete en la cama. La noche es fría y se acurruca  con la vista clavada en la pared de su habitación, entre los retratos  y vuelve a sonreir.  Relajada por el ronroneo de sus gatos se dormirá,  en medio de aquel lugar apartado del mundo, un día más.


Ojalá sueñe algo bello y mientras ella duerme yo me encaramaré en lo alto del haya centenaria a ulular en la noche estrellada de aquel hermoso lugar.

Bueno, ahora ya conocéis a Margaret y su casa,  a través de esta "peculiar" ave nocturna que no se yo cuando duerme pero que ha tenido la gentileza de presentarnos a esta buena mujer. Gracias Montse (Ertal) por hacer posible que tu lechuza llegara a Bristol en un vuelo rasante y se quedara a vivir.
Espero que os haya gustado la presentación de la historia de Margaret que no ha hecho más que empezar... Gracias por vuestras visitas. Ah! y que sepáis que el "laboratorio" de Margaret abre sus puertas..., ""adelante podeis pasar!!.." cremas, pócimas,  hechizos, ungüentos, pomadas y todos los remedios caseros podeis encontrar!!" ""